17 de junio de 2013

EL CISNE NEGRO, Nassim Nicholas Taleb

Ensayo

Mi comentario

Una perspectiva muy interesante. Sobre como simplificamos el modo en que entendemos la realidad actual o el pasado y como nos equivocamos al proyectar el futuro, quedando así totalmente desnudos frente a la aparición de lo inesperado, cosa que resulta ser habitual.
 
Lo más probable es que suceda algo improbable y que nos agarre totalmente desprevenidos, sería mi frase para resumir el enfoque del libro.

Resumir en una frase es una manera de simplificar, y la simplificación extrema es la manera más habitual de errar el diagnóstico y las probabilidades derivadas, así que con la frase yo también estaría cometiendo un típico error remarcado en este libro. Pero Nicholas también usa frases y recomienda, por consejo final más general, que seamos humanos. Cosa que soy; entonces, volvemos a empezar…

Me interesó mucho porque yo ya había pensado o visto el tema de las sorpresas imprevistas vinculadas, especialmente, a las ciencias políticas y económicas, de manera desordenada y superficial (muchas de ellas también se aplican al ámbito personal), sobre todo cuando estudiaba finanzas en París. El libro es justamente un desarrollo más sistémico y profundo del tema que sirve de guía para reflexionar sobre el asunto.

Entiendo que quizás este enfoque se aplica más a la subcultura en la que Nicholas desarrolla su vida cotidiana (aunque los trate de estúpidos): Nueva York o los centros del mundo económico, las escuelas de negocios, los analistas y agentes de bolsas, managers, ceo’s, investigadores y científicos; los nerds perseguidores del éxito material que tienen léxico, prácticas, moral y lógicas propias.

Como yo hice un viaje extenso a ese mundo hace diez años y me surgieron muchas más críticas que elogios a esa subcultura que pareciera la "dominante", este libro ha sido una buena forma de ahondar y darle forma aquellas reflexiones sueltas que me iban surgiendo en ese recorrido, todas direccionadas a caracterizar de soberbios, necios y desalmados a quienes lo conforman con gusto y ahínco o desean desesperadamente estar ahí.

Respecto a cómo está escrito el libro, tengo que decir que por momentos me encontré con reflexiones algo superficiales, incompletas o que sencillamente carecen de conclusión. Sin embargo en general es ameno y entretenido.

Me pareció detectar, incluso, algunas contradicciones en sus argumentos, como ser el usar postulados que critica para argumentar sus ideas. Pero admito que no profundicé al punto de hacerlas claramente visibles.

De cualquier forma el tema está bien tratado y sirve para, en el caso de mínima, generar una buena reflexión o debate. Al final y de tanto machacar ideas, se va entendiento cual es el mensaje y que trasfondo tiene.

Es casi obvio, pero está más logrado el diagnóstico que lo que propone. Esto sucede muy habitualmente. Como cuando uno le dice a un amigo: che, creo que tu trabajo no te está resultando satisfactorio. Si, es cierto, y que te parece que haga al respecto? Este… no sé.

Es definitivamente muy humano diagnosticar bien y flaquear en la propuesta de solución. Porque en general, para afrontar la solución tenemos que reutilizar algunas cuestiones que formaban parte del problema, o porque simplemente, no nos podemos convertir en otra persona (o en otra raza) de un día para otro.

Alberto R. entiende que Nicholas se trata de un francotirador que ataca al poder dominante y su sistema de reglas de juego, instituciones, ciencia y referentes. Cree que lo hace porque no ha podido ser aceptado en él. Comparto lo primero (comparto que es francotirador y comparto más que lo haga), quizás no tanto lo segundo.  

Párrafos destacados

Era evidente que la dinámica del conflicto libanés había side imprevisible; sin embargo, el razonamiento de las personas, cuando analizaban los acontecimientos, mostraba una constante: casi todos los que se preocupaban parecían convencidos de que entendían lo que pasaba.
 
Yo observaba atentamente a mi abuelo, que fue ministro de Defensa y, más tarde, ministro del Interior y viceprimer ministro antes del comienzo de la guerra, antes de que se eclipsara su relevancia política. A pesar de su posición, parecía que no sabía lo que iba a suceder más de lo que pudiera saberlo su chofer, Mijail. Pero éste, a diferencia de mi abuelo, solía repetir "¡Dios sabrá!, elevando así a las alturas la tareas de comprender.
 
Durante la guerra libanesa también observé que los periodistas no solían compartir las mismas opiniones, sino el mismo esquema de análisis. Asignaban la misma importancia a los mismos conjuntos de circunstancias y dividían la realidad en las mismas categorías; una vez más, la manifestación de la platonicidad, el deseo de dividir la realidad en piezas nítidas.
 
La independencia es específica de las personas: siempre me ha desconcertado el elevado número de personas a quienes unos ingresos considerables les llevan a una mayor adulación servil, porque se convierten en más dependientes de sus clientes y jefes, y más adictas a acumular aún más dinero.
 
Separé la persona "idea", que vende un producto intelectual en forma de transacción o un determinado trabajo, de la persona "trabajo", que te vende su trabajo. Si se es persona "idea", no hay que trabajar duro, solo pensar con intensidad.

Así pues, parece que estamos dotados de unos instintos inductivos específicos y refinados que nos orientan. En contra de la opinión del gran David Hume, y de la que ha sido la tradición empirista inglesa, según los cuales la creencia surge de la costumbre, pues suponían que aprendemos las generalizaciones únicamente a partir de la experiencia y las observaciones empíricas, diversos estudios sobre la conducta infantil han demostrado que llegamos al mundo equipados con una maquinaria mental que hace que generalicemos selectivamente a partir de la experiencia (es decir, que adquiramos el aprendizaje inductivo en algunos ámbitos, pero sigamos siendo escépticos en otros).

Es imposible -biológicamente imposible- encontrarse con un ser humano que mida varios cientos de kilómetros de alto, así que nuestras intuiciones descartan estos sucesos. Pero la venta de libros o la magnitud de los sucesos sociales no siguen estas restricciones.

No hay duda de que nuestro entorno es un poco más complejo de lo que nosotros (y nuestras instituciones) percibimos. Cuesta mucho más de mil días aceptar que un escritor carece de talento, que no se producirá un crac en la Bolsa, que no estallará una guerra, que un proyecto no tiene futuro, que un país es "nuestro aliado", que una empresa no entrará en bancarrota, que el analista de seguridad de una agencia de la Bolsa no es un charlatán, o que un vecino no nos atacará. En el lejano pasado, los seres humanos podían hacer inferencias con mucha mayor precisión y rapidez. Los sucesos se repetían con la suficiente frencuencia como para que hayamos desarrollado un miedo innato a ellos. Este instinto de hacer inferencias de forma rápida, y de "tunelar" (es decir, de centrarse en un número reducido de fuentes de inceretidumbre o de causas de Cisnes Negros conocidos) lo seguimos llevando como algo que nos es consustancial. Dicho de otro modo, es ese instinto el que nos pone en aprietos.  

Se detuvo y añadió: de haber crecido usted en una sociedad protestante, donde se predica que el esfuerzo va unido a la recompensa, y se subraya la responsabilidad individual, nunca habría visto el mundo de ese modo. Usted supo ver la suerte y separar las causas de los efectos gracias a su herencia ortodoxa del Mediterráneo oriental.

La falacia narrativa se dirige a nuestra escasa capacidad de fijarnos en secuencias de hechos sin tejer una explicación o, en lo que es igual, sin forzar un vínculo lógico, una flecha de relación entre ellos. Las explicaciones atan los hechos. Hacen que se pueda recordar mucho mejor; ayudan a que tengan mas sentido. Donde esta propensión puede errar es cuando aumenta nuestra impresión de comprender.

Nosotros, los miembros de la variedad humana de los primates, estamos ávidos de reglas porque necesitamos reducir la dimensión de las cosas para que nos puedan caber en la cabeza. O, mejor, y lamentablemente, para que las podamos meter a empujones en nuestra cabeza. Cuanto más aleatoria es la información, mayor es la dimensionalidad y, por consiguiente, más difícil de resumir. Cuanto más se resume, más orden se pone y es menor lo aleatorio. De aquí que la misma condición que nos hace simplificar nos empuja a pensar que el mundo es menos aleatorio de lo que realmente es.

Como podemos recordar una frase de una secuencia con menor esfuerzo que otra de dos, también la podemos vender a los demás, es decir, comerciar mejor con ella como una idea empaquetada. Esta es, en pocas palabras, la definición y función de una narración.  

Nuestra tendencia a percibir -a imponer- la narratividad y la causalidad es síntoma de la misma enfermedad: la reducción de la dimensión. Además, al igual que la causalidad, la narratividad tiene una dimensión cronológica y conduce a la percepción del flujo del tiempo. La causalidad hace que el tiempo avance en un único sentido, y lo mismo hace la narratividad.

Las personas que ejercen una profesión con un elevado grado de aleatoriedad (como en la Bolsa) pueden sufrir más de lo debido el efecto tóxico que produce el pensar en el mal pasado: debería haber vendido antes mi cartera de valores, etc., etc.

Una solución más adecuada es hacer parecer que el suceso parezca inevitable. Mira, tenía que pasar, y es inútil atormentarse por ello. ¿Cómo lo podemos hacer? Pues con una narración. Los enfermos que dedican quince minutos todos los días a escribir una explicación de sus problemas cotidianos se sienten sin dudas mejor frente a lo que les haya ocurrido. Uno se siente menos culpable por no haber evitado determinados sucesos, menos responsable de ellos. Parece como si las cosas estuvieran determinadas a ocurrir.

Observemos que, en ausencia de cualquier otra información sobre una persona a la que acabamos de conocer, tendemos a recurrir a su nacionalidad y sus origenes como atributos destacados.   

En efecto, las personas tienden a engañarse con su autonarración de la "identidad nacional", que en un decisivo artículo escrito por 65 autores que apareción en la revista Sciences se demostró que era una completa ficción. Desde el punto de vista empírico, parece que el sexo, la clase social, y la profesión predicen la conducta de alguien mejor que la nacionalidad. Los "rasgos nacionales" pueden tener importancia en las películas, pueden ayudar en las guerras , pero son ideas platónicas que no tienen validez intelectual. Un varón sueco se parece más a uno de Togo que a una mujer sueca; un filósofo peruano se parece más a un filósofo escocés que a un empleado peruano, etc.

La próxima vez que al lector le pidan que hable sobre los acontecimientos del mundo, le recomiendo que alegue ignorancia y emplee los argumentos que he expuesto que plantean dudas sobre la visibilidad de la causa inmediata. Le dirán que "analiza en forma exagerada" o que "es demasiado complicado". Todo lo que debe repetir ud. es que no sabe. 

Veamos como afecta la narrativa a nuestra comprensión del Cisne Negro. La narrativa, así como su mecanismo asociado a la importancia del hecho sensacional, puede confundir nuestra proyección de las probabilidades.

El hecho de añadir a causa de hace que el hecho parezca más verosímil, y mucho más probable.

El economista Hyman Minsky considera que los ciclos de riesgo que se producen en la economía siguen un patrón: la estabilidad y la ausencia de crisis estimulan la asunción de riesgos, la complacencia y el adormecimiento de la conciencia respecto de la posibilidad de que surjan problemas.

Nuestra falsa interpretación del Cisne Negro se puede atribuir en gran medida a que usamos las narraciones y lo sensacional -así como lo emocional-, el cual nos impone un mapa equivocado de la probabilidad de los sucesos. También tendemos a olvidar la idea del Cisne Negro inmediatamente después de que se produzca uno -ya que son demasiado abstractos para nosotros- y, por el contrario, nos centramos en los sucesos precisos y vívidos que nos llegan a la mente con facilidad.

Dado que he vivido en gran medida privado de información, a menudo me ha parecido que habito en un planeta distinto al de mis iguales, lo cual a veces puede ser extremadamente doloroso. Es como si ellos tuvieran un virus que controla sus cerebros y que les impide ver como avanzas las cosas: el Cisne Negro se halla cerca.

Dos mecanismos internos se ocultan detrás de la nuestra ceguera ante los Cisnes Negros: el sesgo de confirmación y la falacia narrativa.

Vivimos en una sociedad donde el mecanismo de recompensa se basa en la ilusión de lo regular; pero nuestro sistema de recompensa hormonal también necesita resultados tangibles y sistemáticos. Cree además que el mundo es sistemático y que actúa bien, es decir, se traga el error de confirmación. El mundo ha cambiado demasiado deprisa para nuestra constitución genética. Estamos alienados de nuestro entorno.

Trabajas en un proyecto que no produce resultados inmediatos ni sistemáticos; en cambio, la gente de tu alrededor trabaja en cosas de las que sí obtienen resultados. Tienes problemas. Este es el sino de los científicos, los artistas y los investigadores que viven perdidos en la sociedad, en vez de hacerlo en una sociedad aislada o en una colonia de artistas.

La realidad moderna rara vez nos concede el privilegio de una progresión positiva, lineal y satisfactoria: podemos pensar un problema durante un año y no descubrir nada: luego, a menos que la ausencia de resultados nos descorazone y abandonemos, se nos ocurre algo, como un destello.

La progresión lineal, una idea platónica, no es la norma.

Tengo la esperanza de que algún dia la ciencia y quienes toman las decisiones redescubran lo que los antiguos siempre supieron, concretamente que la moneda de mayor valor es el respeto.

Una buena noticia es, ante todo, una buena noticia; cuan buena sea importa relativamente poco. De modo que para tener una vida placentera deberíamos extender estos pequeños "afectos"  a lo largo del tiempo de la forma más uniforme posible. Tener muchas noticias medianamente buenas es preferible a una única noticia fantástica.  

Quienes hablan de los libros como si de mercanías se tratara no son realistas, del mismo modo que quienes coleccionan personas conocidas tienen amistades superficiales. Esa novela que nos gusta se parece a un amigo. La leemos y la volvemos a leer, y la vamos conociendo mejor. Al igual que a un amigo, la aceptamos tal como es; no la juzgamos.

Resulta fácil evitar mirar el cementerio mientras se urden teorías históricas. Pero este problema no afecta sólo a la historia. Es un problema que afecta a nuestra forma de construir muestras y reunir pruebas en todos los dominios. A esta distorsión la llamaremos sesgo, es decir, la diferencia entre lo que se ve y lo que hay.

Por lo que a los periodistas se refiere, más vale lo olvidemos. Son productores industriales de la distorsión.

Se nos recuerda muy a menudo que los fenicios no produjeron nunguna obra literaria, aunque se supone que fueron ellos los que inventaron el alfabeto. Los comentaristas hablan de su filiteísmo basándose en la ausencia de documentos escritos, y afirman que, ya que fuera por raza o por cultura, estaban más interesados en el comercio que en las artes. En consecuencia, la invención fenicia del alfabeto se debió más al bajo propósito de dejar constancia de las transacciones comerciales, y no a la noble meta de las producciones literarias. Bueno, ahora parece que los finicios escribieron bastante, pero en un tipo de papiro perecedero que no resistió el efecto biodegradable del tiempo. Muchos manuscritos se perdieron antes de que copistas y escritores los pasaran al pergamino en los siglos II o III. 

Se puede inferir inmediatamente como inválida la identificación del talento: supongamos que atribuimos el éxito del novelista del siglo XIX Honoré de Balzac al grado superior de su "realismo", su "perpicacia", su "sensibilidad", su "tratamiento de personaje", su "capacidad de mantener absorto al lector", etc. Lo que quiero decir, y lo repito, no es que Balzac careciera de talento, sino que su talento es menos "exclusivo" de lo que pensamos. 

El éxito se presenta con cinismo, como producto de artimañas, de la promoción o el afortunado surgimiento de interés por razones completamente externa a las obras.

La tumba de los fracasados estará llena de personas que compartieron los siguientes rasgos: coraje, saber correr riesgo, optimismo, etc; justo los mismos rasgos que identifican a la población de millonarios. Puede haber algunas diferencias de destrezas, pero lo que realmente separa a unos de otros es, en su mayor parte, un único factor: la suerte. Pura suerte.

Una vez más, no estoy desechando la idea del riesgo, pues yo mismo he hecho uso de ella. Sólo critico el fomento de correr riesgos no informado.

Pensemos en nuestros destinos. Algunas personas razonan que las probabilidades de que cualquiera de nosotros exista son tan pocas que el hecho de que estemos aquí no se puede atribuir a un accidente del destino.

Para quién observe a todos los aventureros, las probabilidades de dar con un Casanovas no son pocas, al contrario: hay muchos aventureros, y alguien será el afortunado a quien le toque la lotería.

Un "estudioso obsesivo" es alguien que piensa en exceso dentro de lo razonable.

La idea de lo desconocido desconocido se extendió hace poco en los círculos militares en oposición a lo desconocido conocido. 

Además, suponiendo que la casualidad nada tenga que ver con las matemáticas, la poca matematización que podemos hacer del mundo real no adopta la suave aleatoriedad que representa la curva de campana, sino la salvaje aleatoriedad escalable.

Antes de que el pensamiento occidental se ahogara en su mentalidad "científica", lo que con arrogancia llama Ilustración, las personas preparaban su cerebro para que pensara, no para que computara.

El casino gastó cientos de millones de dólares en la teoría de los juegos y la vigilancia de alta tecnología, pero los grandes riesgos surgieron del exterior de sus modelos.

Me dieron pie a que resumiera "mi idea" mientras me sustentaba en una pierna: lo superficial y lo platónico emergen en forma natural a la superficie.

Nos preocupamos por lo que ha sucedido, no por lo que pudiera ocurrir pero no ocurrió.

Sobre todo, somos partidarios de lo narrado.

No estamos fabricados para ver asuntos abstractos. La aleatoriedad y la incertidumbre son abstracciones. Respetamos lo que ocurrió, al tiempo que ignoramos lo que pudiera haber ocurrido. Arrojar luz sobre lo no visto tiene su coste en esfuerzos, tanto comunicacionales como mentales.

Simplemente no podemos predecir.

La inauguración de la Opera House de Sydney estaba prevista para principios de 1963 con un costo de 7 millones de dólares australianos. Al final, abrió sus puertas más de 10 años después y, aunque era una versión menos ambiciosa, terminó costando 104 millones de dólares australianos.

Es verdad, nuestro conocimiento crece, pero está amenzado por el mayor crecimiento de la confianza, que hace que nuestro crecimiento en el conocimiento sea al mismo tiempo un crecimiento en la confusión, la ignorancia y el engreimiento.

Cuanta más información se nos da, más hipótesis formulamos en el camino y, peores serán. Se percibe más ruido aleatorio y se confunde con información.

Recordemos que estamos influenciados por lo sensacional. Escuchar las noticias en la radio a cada hora es mucho peor para uno que leer un semanario, porque el intervalo más largo permite que la información se filtre un poco.

Debe haber disciplinas que tengan auténticos expertos. ¿Quién prefiere el lector que le haga una operación de cerebro, un periodista científico o un cirujano? Y de quién prefiere escuchar una previsión económica, de alguien doctorado en economía o de un periodista económico? La respuesta a la primer pregunta es empíricamente obvia, no tanto la segunda. Ya somos capace de ver la diferencia entre el "saber como" y el "saber que". 

Expertos que tienden a ser expertos son los tasadores de ganado, los astrónomos, los pilotos de prueba, los tasadores del suelo, los maestros de ajedrez, los físicos, los contables. Expertos que tienden a ser...no expertos son los agentes de Bolsa, los psicólogos clínicos, los psiquiatras, los responsables de admisión de las universidades...

Nuestros predictores pueden valer para predecir lo habitual, pero no lo irregular, y aquí es donde en última instancia francasan. 

La investigación planteaba el problema del experto: los profesores con muchas publicaciones no mostraban ventaja alguna sobre los periodistas y además, quienes gozaban de gran reputación eran peores predictores que los desconocidos.

Les resultaba difícil aceptar que su compresión era deficiente. Pero este atributo es común a todas nuestras actividades; hay algo en nosotros diseñado para proteger nuestra autoestima.

Sé que la historia va a estar dominada por un suceso improbable; lo que no sé es, simplemente, cuál será ese suceso.

M. y H. llegaron a la conclusión de que "los métodos estadísticamente sofisticados o complejos no proporcionan necesariamente previsiones más precisas que las de los métodos más sencillos".

El econometrista Robert Engel inventó un método estadístico muy complicado llamado GARCH, que le valió un premio Nobel. Nadie lo probó para ver si tenía alguna validez en la vida real. Es más, métodos menos llamativos se comportan mejor en la vida real.

Crítica de Lucas: es posible que las previsiones de los economistas creen una retroalimentación que anule su efecto (preveen inflación y la Reserva Federal interviene y esta baja).

Esta propiedad de la aleatoriedad escalable, sutil pero trascendental en extremo, es inusualmente contraintuitiva. Interpretamos mal la lógica de las grandes desviaciones de la norma.

Las políticas sobre las que tenemos que tomar decisiones dependen mucho más de la diversidad de posibles resultados que de la cifra final que se espere obtener

Me atrevería a decir que cuando nos sumergimos en una política, lo que importa son los cálculos que tiran a la baja (es decir, el peor caso), ya que el caso peor es mucho más trascendental que la propia previsión. Se dice a menudo que "de sabio es ver venir las cosas". Tal vez el sabio sea quien sepa que no puede ver las cosas que están lejos.

En el verano de 2005 estaba yo invitado por una empresa de biotecnología de California que se había encontrado con un éxito desmedido. Era mi primer encuentro con una empresa que vivía a costa de Cisnes Negros. Me dijeron que la dirigía un científico, quien, como tal, tenía en instinto de dejar que los científicos buscaran por donde sus instintos los llevaran. 

"LA SUERTE SONRIE A LOS DISPUESTOS", dijo Pateur. 

La tesis central de Popper es que para predecir los sucesos históricos, es necesario predecir la innovación tecnológica, algo en sí mismo fundamentalmente impredecible. 

De hecho, en estadística hay una ley llamada la ley de expectativas iteradas: si espero esperar algo en una fecha futura, entonces ya espero algo ahora. 

Si somos un pensador histórico de la Edad de Piedra al que se le pide que prediga el futuro, debemo proyectar el invento de la rueda; de lo contrario nos perderemos toda la acción. Ahora bien, si podemos profetizar el futuro de la rueda, ya sabemos que aspecto tiene esta y, por lo tanto, podemos construirla ahora. 

Para entender el futuro hasta el punto de ser capaz de predecirlo, uno necesita incorporar elementos de ese mismo futuro. Si sabemos el descubrimiento que vamos a realizar en el futuro, entonces ya casi lo hemos hecho. 

...esa extraña actividad llamada reunión de negocios, en la que unos hombres bien alimentados, pero sedentarios, dificultan voluntariamente su circulación sanguínea con un caro artilugio al que llaman corbata...

La predicción exige saber de las tecnologías que se descubrirán en el futuro. Pero este mismo conocimiento permitiría, casi de forma automática, empezar a desarrollar directamente esas tecnología. Ergo, no sabemos lo que sabremos.

Cuando los matemáticos tacha a alguien de "gesticulante", significa que esa persona tiene: a) perpiscacia, b) realismo, c) algo que decir, y que d) está en lo cierto, porque eso es lo que los críticos dicen cuando no encuentran nada más negativo.

En realidad, los neoyorquinos nos beneficiamos de la quijotesca y exagerada confianza de las grandes empresas y de los empresarios de la restauración. Este es el beneficio del capitalismo del que la gente menos habla.

Si conocemos todas las condiciones posibles de un sistema físico, podemos, en teoría (aunque como hemos visto, no en la práctica), proyectar su conducta hacia el futuro. Pero esto sólo se refiere a los objetos inanimados. Con las cuestiones sociales, nos encontramos con un escollo. Proyectar el futuro cuando están implicados los seres humanos es algo radicamente distinto si los consideramos seres vivos y dotados de libre albedrío.

Presumimos, simplemente, que los individuos serán racionales en el futuro y, por lo tanto, predecibles. 

Los economistas platonificados ignoraban el hecho de que las personas pudieran preferir algo más que maximizar sus intereses económicos. Esto condujo a unas técnicas económicas como la "maximización" o la "optimización", sobre la que Paul Samuelson construyó gran parte de su obra. No sería yo el primero en decir que la optimización atrasó la ciencia social, al reducirla de la disciplina intelectual y reflexiva en la que se estaba convirtiendo a un intento de "ciencia exacta". 

Hubo auténticos pensadores que habían iniciado una obra interesante: KIeynes, Hayek, y el gran Benoit Mandelbrot. 

Legiones de psicólogos empíricos de la escuela heurística y la parcialidad han demostrado que el modelo de conducta racional en condiciones de incertidumbre no sólo es una burda imprecisión, sino todo un error como descripción de la realidad. 

Cuando las personas toma decisiones incoherentes, el núcleo central de la optimización económica falla. Ya no podemos producir una "teoría general", y sin ella no podemos predecir. 

Si ya no existe ni una forma de generalizar a partir de lo que vemos, de hacer una inferencia de lo desconocido, entonces, ¿como debemos operar?. La respuesta, evidentemente, es que debemos emplear el "sentido común", pero es posible que este no esté bien desarrollado respecto de algunas variables de Extremistán. 

Tenemos una tendencia a escuchar a los expertos, incluso en campos donde es posible que estos no existan.

Lamentablemente, para ejercer la autoridad uno no puede aceptar su propia falibilidad.

De vez en cuando, encontramos miembros de la especie humana con tanta superioridad intelectual que son capaces de cambiar de parecer sin ningún esfuerzo.

Los psicólogos han encontrado errores de predicción en sucesos agradables y desagradables. Sobreestimamos en mucho la duración del efecto de las desgracias en nuestra vida.

La historia no es ciertamente un lugar donde teorizar o del que derivar conocimientos generales, como tampoco está destinada a ayudar en el futuro, si no se hace con cierta cautela. 

Cuando se observa el pasado, conviene evitar las analogías ingenuas. Muchos son los que han comparado a los Estados Unidos de hoy con la antigua Roma, tanto desde la perpectiva militar (la destruciión de Cartago se invocó a menudo como incentivo para la destrucción de los regímenes enemigos) como desde la social (las interminables y reiteradas advertencias sobre el próximo declive y la consiguiente caída). 

Las máximas grandilocuentes se introducen en nuestra credibilidad pero no siempre superan las pruebas empíricas. 


Palabras

epistemologóa

filiteísmo

 

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